
Sí, les voy a compartir una historia que escuché del colombo-japonés Yokoi Kenji quién trae grupos de chicos japoneses a Ciudad Bolívar para que convivan durante un mes con una familia y salgan así de la depresión que los lleva al suicidio. 83 personas se suicidan en Japón diariamente ¿Quién diría no?
Kenji cuenta que en su colegio en Japón un profesor les contó una historia en donde un hombre se encontró de frente con un tigre hambriento, y con tal de escapar de él decidió lanzarse a un precipicio con tan buena suerte que puedo aferrarse a una rama y ahí pasó toda la noche. Cuando llegó el día miro hacia abajo para ver qué tan lejos estaba del suelo y se dio cuenta que podía saltar, pero también que estaba aún en problemas porque el tigre estaba abajo. Entonces seguía aferrado a la rama.
Estando allí observó que había una mora madura, así que estiro el brazo porque claro había pasado toda la noche sin tomar líquido y tenía mucha sed y se la comió con mucho gusto pues estaba muy jugosa. Y es en ese momento cuando el profesor anunció que había terminado la historia.
Cuenta Kenji que él, con sangre colombiana en las venas, se quedó esperando el final mientras los demás niños japoneses simplemente aceptaron que hasta ahí había llegado. Así que se fue detrás del profesor para pedirle que le contara el final, porque los latinos siempre estamos esperando el desenlace. El profesor siempre le respondía: “el final no importa, lo que importa es la mora”… y tanto le insistió hasta que le explicó “el tigre no importa porque representa la muerte, y sin importar cuánto le huyamos siempre estará ahí esperándonos, por eso importa la mora”
Y las moras, son esos pequeños momentos que la vida nos regala todo el tiempo para pasar nuestros ratos de sed
Pero por andar buscando desenlaces como la necesidad de soluciones prontas, del dinero que no nos alcanza, del amor que no tiene final de cuento de hadas, no nos damos cuenta de esas moritas que están ahí sosteniéndonos, como pueden ser el darnos cuenta de lo capaces que somos para encontrar soluciones, lo recursivos para generar recursos para nuestra familia y la belleza que tenemos dentro y que si reparáramos en ella, nos amaríamos lo suficiente como para no depender de que otros nos digan que nos aman.
Por eso, para mí hay cuatro moras que les quiero recomendar cultiven en el jardín de su vida y ayuden a sus hijos a hacerlo también, para que puedan acudir a ellas cuando tengan sed y no se suelten, ni se dejen caer antes de tiempo en las garras de ese tigre: La Fé en una fuerza superior – yo creo en Dios con todo mi corazón – ; Un propósito de vida que le dé sentido a todas las dificultades que hay y habrán en el camino; Amor propio tan grande que no importa lo que recibamos del exterior (incluye temas como bullyng), lo que nos amamos nos blinda y no deja que dejemos de reconocer nuestros talentos y dones; y finalmente Amor a los demás, deseo de servir. Porque cuando yo quiero servir al otro desde mi profesión, desde quien yo soy, en lo mucho o poco, no voy a privarlo de esa posibilidad de ser servido por mí.
Siempre he dicho que soy una fan del Liderazgo Conversacional y quisiera llevar esos principios a todos lados, a todas las empresas, a los colegios, para que aprendamos a conversar con nuestras dificultades, nuestros temores, nuestras dudas, nuestra necesidad de perdonar y en general con nuestra vida para declarar una mejor versión de nosotros mismos. Si estamos vivos es posible.
Así que no lo hagas si lo has pensado… aférrate a las moras que seguramente están en tu jardín.
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